viernes, 11 de marzo de 2011

La igualdad de la mujer comienza en la escuela

El 16,4% de los chicos no cree que la relación de pareja deba ser igualitaria | El lugar preferente para contrarrestar la educación en "rosa y azul" es la escuela | En clase ven normal que sea la madre quien falte al trabajo cuando enferman
El día internacional de las Mujeres se ha convertido en una jornada para evaluar si la tan cacareada igualdad de género, reconocida en las leyes, es una realidad. Pero, a tenor de los datos aparecidos en los últimos días, la respuesta es clara: no sólo no se ha avanzado sino que, a consecuencia de la crisis económica, el proceso de igualdad en casi todos los aspectos ha retrocedido.
¿Qué hacer? ¿Conformarse ante la realidad o abrir nuevos caminos para reducir la brecha de discriminación? Los expertos consultados por este periódico lo tienen claro: hay que apostar por las generaciones más jóvenes, los adolescentes, y trabajar con ellos para eliminar los posos discriminatorios que aún existen entre los chicos y chicas. De hecho, según un estudio del 2010 financiado por el entonces Ministerio de Igualdad, el 16,4% de los menores de 15 y 16 años y el 9,5% de las menores de esa edad no cree que las relaciones de pareja deban ser igualitarias. Esa investigación, realizada por la Universidad Complutense de Madrid y que tenía por objetivo evaluar la percepción de los adolescentes sobre la igualdad y la violencia de género, revela de manera tajante la efectividad de las intervenciones educativas: los chavales que trabajan en las aulas estos conceptos desarrollan actitudes igualitarias de manera inmediata.
La analista de género Elena Simón considera que, sin duda, la escuela es el lugar preferente para enseñar igualdad y contrarrestar la “educación en rosa y azul” que recibe la mayoría de los chavales desde sus propias familias, los medios, el ocio, los juegos... Porque el problema de la desigualdad de género –que en la vida adulta se traduce en peores empleos, salarios más bajos, extensas jornadas laborales y domésticas, y deterioro de la salud– tiene su base en los valores tradicionales de que el hombre es el fuerte, el responsable de la familia y el que debe prosperar en el trabajo, mientras la mujer se encarga, prioritariamente, del cuidado de los hijos, porque su vida profesional importa menos.
“Cuando se trabaja con los chicos y chicas sobre estas cuestiones es cuando uno se da cuenta de que aún perduran los comportamientos discriminatorios. Los estudiantes ven normal, por ejemplo, que si uno de ellos se pone enfermo sea la madre la que falte al trabajo, o que la comida la prepare ella mientras el padre se va a hacer deporte”, indica Leticia López, profesora de Educación para la Ciudadanía en un instituto madrileño que ha apostado decididamente por luchar a favor de la igualdad a través de talleres prácticos. En el último mes, por ejemplo, los alumnos de 1.º y 2.º de la ESO han tenido que emparejarse entre sí y recrear cómo será su vida de adultos, decidir cómo se ocuparán de los niños, las tareas domésticas, el trabajo... “Los propios alumnos han sido los que, cuando detectaban comportamientos discriminatorios, ponían el grito en el cielo”, señala.
Estas experiencias, sin embargo, no llegan a todos los alumnos. Elena Simón, autora de La igualdad también se aprende, cree que la implantación real de la educación para la igualdad “no acaba de ser una acción sistemática y decidida”. “Hay experiencias en determinados centros, en ciertas comunidades, pero no se puede decir que esté generalizada”. Simón apuesta por que los currículos afronten “una educación emocional, afectiva y sexual, desde la diferencia de sexos y la igualdad de géneros. Para ello, además de pedir mayor formación para el profesorado, defiende que se ha de enseñar en clase “cosas nuevas”: “visibilizar la obra humana (cultural, política, científica) de las mujeres para que sean vistas también como creadoras; valorar la vertiente reproductiva con el fin de que los chicos incorporen su papel en la crianza y la educación de los hijos y, sobre todo, entre los adolescentes, profundizar en la relación entre iguales y la educación sexual, porque estas se inician muy temprano y siguen partiendo de una gran desigualdad”.
En el material que utilizan los escolares y profesores también comienza a notarse una mayor implicación en la educación de valores como la igualdad. “A través de él tratamos de neutralizar los mensajes que refuerzan los estereotipos de género y generar nuevas expectativas en los pequeños. Creemos en una escuela niveladora, que intente compensar las ‘ineficiencias’ sociales”, defiende Augusto Ibáñez, director editorial del grupo SM. Asegura que se ha emprendido un trabajo de “discriminación positiva de la presencia femenina en ilustraciones y en los modelos de referencia. Buscamos invertir la situación actual, para demostrar que otra realidad son creíbles y ‘normales’”.
Ibáñez explica que, al subir en los niveles educativos, este esfuerzo es más “sutil”. “Cuando son pequeños ponemos el énfasis en que las mujeres protagonicen las actividades que aparece en el material didáctico, las profesiones más cualificadas, la resolución de problemas. En bachillerato, el reto es vencer reticencias ‘culturales’ de las alumnas. Por ejemplo, para atraerlas a la ciencia, priorizamos contextos más cercanos a ellas como el ecologismo y la sanidad”.

Celeste López y Alicia Rodríguez de Paz

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